La niña del ciprés
Años van, años vienen y los cambios no se detienen. Parece ayer
cuando tenía ocho o nueve años, con la inocencia todavía de un niño, jugaba con
uno o dos carritos que los había encontrado en alguna parte. Mis inseparables
amigos que en ese entonces eran casi unos bebés, puesto que, a uno de ellos
(Lennin) le llevo cuatro años y al otro (Wilder) tres años. Con ellos
aprendimos de todo, a jugar al fútbol, a nadar en las pozas de las cuales
salíamos más sucios que limpios, a matar a los pobres pajarillos con los jebes
y muchas cosas más, propias de la infancia.
Han pasado los años y ellos al igual que yo, hemos dejado atrás la
infancia para buscar y forjarse un futuro de bien, un futuro que esperamos sea
el mejor, como cada persona busca siempre, sin embargo, es un misterio que solo
se descubre viviéndose A la edad de catorce años dejé de vivir en la casa en
donde mis padres habían vivido por veinticuatro largos años. Mi familia y yo
dejamos el campo para ir a vivir a otra casa recién construida, en el pequeño
pueblo en la cual se puso un negocio, sin embargo, no abandonamos del todo a
nuestra antigua y querida casa.
He vuelto varias veces a mi antigua casa para descansar, pero hoy,
hoy he vuelto para pensar, pensar en los cambios que se dan a lo largo de los
años. Los cambios que he visto son sorprendentes. Cuando vivía allí, en aquella
casa que en ese entonces lucía arreglada y con un hermoso jardín, ahora estaba
toda desecha y a punto de caer. El ciprés que yo cuidaba de niño con tanto
cariño; pues era muy pequeño y débil, es ahora un hermoso árbol alto y
frondoso, en cuya sombra estoy meditando. Sigo pensando, pienso en mis dos
amigos y en las travesuras que juntos hacíamos en los campos, a los cuales miro
con atención. Oh cómo pasan los años, mis dos amigos ya no están, uno de ellos
está en Lima y el otro no se aparece porque está -después de haber terminado su
secundaria- buscando su futuro en algún lugar. Yo por mi parte, este año termino
mi carrera de administración de empresas. Oh cómo pasan los años, sigo pensando
a la sombra del ciprés.
Mi mente se remota a mi infancia y otra vez piensa, piensa en
todos los años que han pasado, veo como todos crecen, cambian y le van dando un
rumbo a su vida. Estaba en ésas cuando de pronto, como para cerrar una tarde
estupenda de meditación salió una señorita de la casa del frente y junto a una
poza se puso a lavar su ropa. Fue entonces cuando recordé que tiempo atrás esa
misma señorita era una niña menor a mi edad en ocho años, era una bebé y yo la veía
como tal, ella a medida que tomaba conocimiento me veía como a un joven al cual
respetaba, y como repito yo la veía como una bebé o una dulce niña. Transcurridos
estos años y al regresar, veo a esa dulce bebé convertida en una linda
señorita, ella por su parte ya no me ve como a un joven respetado, sino como a
un hombre. Qué linda niña, seguramente ya estará enamorada y yo la sigo viendo
mientras lava su ropa y sigo pensando, cómo pasan los años, todos cambian,
mejor dicho todo cambia, sigo sentado a la sombra del ciprés, mi corazón
palpita como nunca, a unos 100 metros de distancia se enamora de ella, se
enamora de la niña que años atrás jugaba conmigo y me llamaba Sholan y que
ahora me dice claramente ¡Hola Ronal!...
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